Cuando ya estaba por regresar a Chile el año 2008, después de vivir casi un año en Madrid, me encontré por Facebook con una compañera de colegio de la que no sabía hacía muchos años. Y resulta que vivía en Mallorca, una isla a la que siempre había querido ir. Así que compré los pasajes y partí sin pensarlo.
En el aeropuerto me recibió el marido de mi amiga, a quien solo ubicaba por fotos, y nos fuimos a conocer la primera de tantas Calas de la zona, junto a parte de su familia que también vivía en la isla.
Fueron días maravillosos. Es impresionante ver tanta belleza creada por la naturaleza. Cada playa o Cala, con sus aguas turquesas y cristalinas, invita al descanso y el goce. Toda la semana me dediqué a recorrer distintos paisajes y a tratar de adaptarme a las tradiciones europeas (es normal hacer topless en playas y piscinas) pero no lo conseguí, no estoy hecha para mostrar tanta piel.
Recorrí los lugares históricos, el sector de los yates... lugares que recorren a menudo los reyes de España, asiduos a la zona (los anteriores y los actuales).
Las experiencias fueron varias... Me perdí en el centro de la ciudad al quedarme sin batería, teniendo que rogarle al vendedor de una tienda para que me prestara el computador y así enviarle un mail a mi amiga. Despistada yo, no había anotado la dirección de su casa ni su teléfono fijo. Finalmente ella llegó a buscarme y fuimos a su casa a comer exquisiteces preparadas por su marido chef.
También se me ocurrió comer en un restaurante de Sushi (no lo hagan), y ahí caí en cuenta de que la Palta es chilena y allá no la usan para estas preparaciones. ¿Lo mejor? Ser fiel a la gastronomía local.
Por supuesto me quedé con ganas de más, y también de conocer Menorca y Formentera, otras maravillas naturales de las islas Baleares. Un destino absolutamente recomendado.
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