Mi primera vez en Lisboa estuvo rodeada de caos. Con mi familia nos habíamos ido por tierra hacia Portugal, y a una hora de llegar a la zona de Cascais, tuvimos un accidente cayendo en una rotonda en medio de la oscuridad. Luego de horas esperando por ayuda, llegamos al supuesto hotel que no era tal, si no una pensión de mala muerte, y terminamos en otro hotel que por suerte nos permitió descansar.
Tanto problema hizo que mis papás decidieran partir a Lisboa, una ciudad que me pareció gris, fea, vieja y mal cuidada. Y con esa sensación me quedé durante años, hasta que regresé con 28 años, junto a un grupo de amigos españoles.
Sinceramente, poco había cambiado, pero las circunstancias eran distintas, más entretenidas. Íbamos acompañando a unos amigos que verían el concierto de The Cure, y aprovechamos de recorrer la ciudad y disfrutar la noche.
La ciudad sigue teniendo las ruinas de un antiguo terremoto de principios del siglo XX, pero tiene también un encanto porteño, con sus tranvías y colinas, que separan la zona baixa del barrio alto, donde en las noches encuentras bares y restaurantes llenos de vida. En cuanto a comida, el Bacalao es muy popular, también los quesos y varios platos muy parecidos a la comida brasilera, como la carne en los rodizzios y algunos postres.
La subida al castillo de San Jorge es un imperdible. Y en el camino puedes encontrar algunos bares escondidos en azoteas de edificios y tiendas de souvenirs. Otra zona que vale la pena es Belem, donde está el Monasterio de los Jerónimos y su torre característica. Aquí están las mejores fotos para la posteridad.
Y de regreso en el centro, no pueden perderse el paseo por la plaza de Figueira y la plaza del Comercio, la más espectacular de la ciudad y rodeada de pequeñas y antiguas calles, llenas de tiendas.
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